jueves, 4 de junio de 2009

Es increíble como la indignación de un maleante corriente puede llegar a ser la salvación o el alivio de un alma buena que cometió una equivocación; es curioso, si, es curioso. Mi autocompasión hacia mi propia desgracia y la que veo a mi alrededor le va ganando terreno a la culpa. Ya no es mi mente mi enemiga, es mi aliada contra la basura de afuera, me incita a rebelarme y resentirme contra quienes me infieren los tormentos superficiales que antes ella me azotaba febrilmente; pero son otros, ahora si puedo escupirles la cara. Ya no tengo un nudo en la panza, me quejo del hambre. Ya los demonios no rugen en mi interior, me voy a los puños por una puteada (y los libero, pobres ángeles reprimidos), Ya no soy el que era antes, mis telarañas las proyecto en todo lo demás. Ya no hay cuartel en mi interior, escupí todo lo que tengo; no soy una escoria entre la pureza. Mis desgracias se notan y están por fuera. Tengo frío. Tengo hambre. Estoy solo. No estoy muerto. Podría quererlo. Me declararon culpable. Soy culpable. Lo era. Soy libre.

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